domingo, 27 de abril de 2008

Triduo Pascual 2008

Mi semana Santa de este año ha sido diferente a las anteriores. Los últimos años participé en pascuas juveniles; esas que los frailes organizamos con la finalidad de que los jóvenes vivan de forma especialmente intensa lo que en esos días santos celebra toda la Iglesia y después les resulte más fácil su incorporación a la vida eclesial en las parroquias. Este año yo me reconocí con la posibilidad de organizármela a mi aire y, tras pasárseme por la cabeza ideas de lo más variado, opté por lo más cómodo: vivirla en mi convento y participando de las celebraciones de mi parroquia.

A ningún cristiano que lleve vividos varios años de celebraciones litúrgicas saboreadas a fondo y que se mantenga centrado en su fe le pueden dejar indiferente estos días. Yo me incluyo en este grupo. Cada instante de estos días no ha sido para mí un momento de arrebatadora intensidad, ciertamente, pero desde luego sí he saboreado a fondo cada gesto, cada rito, cada canto, cada imagen, cada silencio, cada celebración…

No he participado en ninguna procesión de tantas como hay en estos días en nuestros pueblos y ciudades. Son manifestaciones religiosas que resultan ajenas a mi sensibilidad, aunque seguro que si algún día estoy de comunidad en Sevilla, por ejemplo, tendré ocasión de revisar esta opinión. He participado sólo en las celebraciones litúrgicas parroquiales y he intentado seguir las indicaciones que nuestra madre la Iglesia, con siglos de experiencia acumulada, propone por medio de sus pastores a todo cristiano para ayudarle a profundizar en los misterios que nos ocupan. Mis limitaciones y mis miserias me han impedido, como hacen siempre, vivir todos y cada uno de los instantes con la entrega e intensidad que hubiera deseado, pero no me puedo quejar. Esta es nuestra condición en esta vida y sólo en la otra alcanzaremos las profundidades que el alma humana atisba. La alegría de la Pascua, definitiva pero todavía frágil en mi, vino a mi encuentro tras unos días de sosiego, paz y remanso. (Un hermano me decía: “estos días en los que el Colegio se ve tan grande y tan vacío, me hacen sentirme como en un monasterio”) Se trataba de una alegría que pedía paso, que necesitaba comunicarse, por eso me pasé buena parte del sábado santo preparando un “pps” con el que felicitar a la mayoría de mis contactos. ¡¡ALELUYA!! ¡¡HA RESUCITADO!!

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